Época: Eco-Soc XVI
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Economía y sociedad en el siglo XVI
Siguientes:
Instrumentos mercantiles
Rutas comerciales



Comentario

En el plano de las estructuras económicas, la Edad Moderna se caracteriza por el tránsito del feudalismo al capitalismo. La evolución de uno a otro sistema fue desigual, progresiva y a menudo incompleta. La Europa feudal agraria convivió con la Europa capitalista y en los países centro-orientales del Continente el feudalismo incluso se recrudeció. El capitalismo moderno se caracteriza por ser un sistema económico en el que se verifica una separación entre capital y trabajo. Los medios de producción son apropiados por una clase capitalista, mientras los trabajadores sólo disponen de su fuerza de trabajo, convertida en mercancía. Las relaciones de producción se basan en el trabajo asalariado jurídicamente libre. Este sistema se diferencia sustancialmente del feudal, en el que la apropiación de la plusvalía del trabajo campesino por los señores de la tierra se hallaba jurídicamente reforzada por lazos de dependencia personal.
En la historia del capitalismo clásico pueden distinguirse dos grandes etapas: la del capitalismo mercantil o inicial y la del capitalismo industrial. La Edad Moderna viene prácticamente a coincidir con la primera de ellas. En la jerarquía de las esferas económicas, dentro del capitalismo mercantil la primacía le correspondía a la circulación y no a la producción. No fue el capital manufacturero sino el capital comercial el que marcó la faz económica de la época y le dio esa dinámica que superaba todo límite (P. Kriedte). En efecto, el capitalismo inicial se caracterizó por constituir una economía monetaria, en la que los intercambios jugaban un papel primordial. Ello lo alejaba del modelo feudal, de base exclusivamente agraria, tipo de economía basado en la autosuficiencia y en el que el comercio jugaba un papel muy limitado. Según algunos autores, en el plano social y mental el capitalismo vendría también caracterizado por la aparición de una clase social capitalista, la burguesía, que aplicaría actitudes y técnicas de racionalización al afán sin límites de ganancias. El capitalismo estaría así definido por la existencia de un espíritu capitalista (W. Sombart, M. Weber).

La transición del feudalismo al capitalismo constituye uno de esos grandes temas que han centrado amplias polémicas historiográficas. Algunos autores, influidos por la obra de H. Pirenne, han visto en el comercio un poderoso disolvente de las relaciones feudales, al potenciar la economía monetaria y el mundo urbano sobre el rural (P. Sweezy). Otros, en cambio, han minimizado el impacto del gran comercio medieval sobre la economía feudal, reduciéndolo a una actividad que buscaba exclusivamente satisfacer la demanda de productos de lujo de las clases aristocráticas, sin influir apenas sobre la organización económica. Para estos últimos, la transición del feudalismo al capitalismo vino determinada por las propias contradicciones internas del sistema feudal, es decir, por la lucha de clases entre campesinos y propietarios feudales, agudizada a partir de la crisis del siglo XIV (M. Dobb, R. Hilton).

En cualquier caso, el papel de los intercambios en la economía europea de comienzos de la Edad Moderna es innegable. Las posibilidades de enriquecimiento que deparaba el comercio impulsó la actividad mercantil, que se fue perfeccionando mediante nuevas técnicas e instrumentos. La necesidad de dinero como medio de pago estimuló, al mismo tiempo, la búsqueda de fuentes de aprovisionamiento de metales preciosos e impulsó el fenómeno de la expansión europea, creador a su vez de la dinámica colonial. El papel del Estado en el proceso fue esencial. Capitalismo y Estado moderno constituyeron dos realidades en gran medida interdependientes. Las empresas comerciales necesitaban de un poder estabilizador y homogeneizador, que superara la arbitrariedad de la fragmentación feudal. A veces, por su propia envergadura, no era sino la propia Monarquía la única que podía asumir la iniciativa y dirección de tales empresas, como sucedió en el caso del capitalismo de Estado portugués. Sobre la riqueza generada por el comercio y las colonias se levantaba en parte el edificio del Estado, necesitado de grandes recursos económicos y financieros para afirmar su autoridad.

El capitalismo comercial dio lugar, por vez primera, a la aparición de una economía-mundo. En ella los papeles quedaron claramente distribuidos. El centro estaba en Europa occidental y, más concretamente, en la zona noroccidental del Continente. Allí, en los Países Bajos, en Inglaterra, se localizaron ya en los siglos XVI y XVII las formas más avanzadas del capitalismo, que desarrollaron las técnicas alumbradas en el norte de Italia en los siglos medievales. África, América y parte de Asia quedaron subordinadas como periferia del orden económico mundial a los intereses del centro europeo, en calidad de colonias. Pero también parte de Europa, la Europa oriental, jugó ese papel periférico, al quedar encargada de la provisión de alimentos y materias primas (cereales, carne, madera) a la Europa occidental. La economía-mundo dio lugar a una división internacional del trabajo. Mientras el centro liberaba recursos para la industria y el comercio y evolucionaba hacia relaciones laborales formalmente libres, en las colonias se explotaba el trabajo indígena o se reclutaba mano de obra esclava. La Europa centrooriental, entre tanto, pagó con un nuevo reforzamiento del feudalismo el puesto que le tocó desempeñar en el nuevo sistema mundial (I. Wallerstein). El capitalismo inicial, por tanto, vehiculó en su provecho sistemas periféricos de economía esclavista y feudal.